jueves, 30 de abril de 2015

Fénix, Llamas

Memento homo, quia cinis es (Cendrat, 1579-1606)




Marca del impresor Jaume Cendrat ( 1589): Ave Fénix con las alas extendidas, surgiendo de un caldero en llamas, con el lema "Memento homo, quia cinis es" ("Recuerda hombre, que eres ceniza"), junto a la conocida expresión, "Ex meipso renascor" ("Resurjo de mí mismo")Cendrat regentó en Barcelona un prolífico taller de imprenta cuya actividad se remonta a 1575. Trabajó en solitario, aunque también asociado con diversos impresores de la ciudad, como Hubert Gotard, Petri Mali, Juan Pablo Manescal, y su viuda, Damián Bagés, Gerónimo Genovés y Francisco Trincher. 


Todo parece indicar que la enseña del ave Fénix quedó establecida a partir del año 1579, sufriendo algunas variaciones a lo largo de los más de treinta años de actividad, aunque no sería la única marca utilizada por este impresor, pues sabemos que en los primeros años usaba también la insignia del Niñó Jeús, en pie o cabalgando sobre un águila (en modelos posteriores se incorporará la inscripción "Aeter enim possunt, sciere quot astra tenet. Arithmetica inquit, Me quoque perdiscunt homine, numerare magistra").

Hacia 1583 empleó la Cruz y Corona de espinos, probablemente a partir de un diseño de Hubert Gotard, y que en 1591 había derivado en una Crucifixión. En una marca de 1604 aparecerá una Cruz acompañada por los brazos de Cristo y de Dios, con el lema "Soli Deo honor et gloria".

Tras su fallecimiento, serán su viuda Vicenta y el segundo marido de ésta, Jerónimo Margarit, quienes se hacen cargo de la imprenta, manteniendo la actividad impresora al menos hasta 1608. Sabemos que en 1590 se empleó el tipo de Guillaume Roville, así como otras marcas, entre ellas la del Cordero en el ara de sacrificio, envuelto en llamas, y con el lema "Converti ad Domini, certis sine vita est"; y la del Pelícano rasgándose el pecho para alimentar a su polluelo, con el mote "Hijo de mi entendimiento, más te diera mi pecho si más tuviera". Al igual que el ave Fénix, el Cordero aparece en llamas, pero aquí la inmortalidad se alcanza a través del Sacrificio, el mismo sacrificio que realiza el Pelícano, que muere por darle la vida a sus hijos.

Marca de 1584, donde se incluye una fantástica orla y un nuevo lema: Scrutamini scripturas quoniam illae sunt quae testimonium peribent de me. Io. V., frase que se perderá en los diseños posteriores y que se toma del Evangelio de san Juan (5, 39: "Scrutamini Scripturas, quia vos putatis in ipsis vitam aeternam habere, et illae sunt quae testimonium perhibent de me" ("Escudriñad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí").


El lema de la marca, Memento homo quia cinis es, es una conocida frase admonitoria que está basada en el libro del Génesis (3, 19): "Quia pulvis es et in pulverem reverteris", y que alcanzó gran popularidad al insertarse en el rito religioso: el primer día de Cuaresma, el llamado miércoles de ceniza, el sacerdote impone ceniza sobre la frente de los fieles, pronunciando la fórmula "Memento homo quia cinis es et in cinerem reverteris", Recuerda, hombre, ceniza eres y en ceniza te convertirás.

Ave enigmática, el fénix jugó una función importante en el simbolismo de las creencias religiosas de la Antigüedad. De aspecto semejante a un águila, lleva un penacho sobre su cabeza parecido al del pavo real, su cuello es de color púrpura, y las plumas rosadas, aunque en la cola destacan los tonos azules. En griego phoinix quiere decir palmera, y su nombre también está relacionado con la púrpura y el pueblo fenicio. Se ha intentado identificar al ave fénix con la garza purpúrea, la cigüeña, el airón, el flamenco, el ave del paraíso o el faisán dorado de Asia, para muchos el prototipo más próximo. A continuación trazaremos un breve recorrido para ilustrar la formación y evolución del mito, desde la Antigüedad hasta los inicios de la Alta Edad Media.  

Los egipcios conocían al fénix con el nombre de Bennu, y el ave tutelar de los asirios, semejante al fénix, era llamada Banu, que significa brillante. En el Imperio Nuevo se identificó a Ra (el sol) con Osiris, y al Bennu con el Ba (espíritu) de Osiris. Como espíritu del Sol nace en la India, Siria o Arabia, siempre en Oriente, si bien parece que fue en Egipto donde se creó la fabulación mítica del fénix. Aunque en el arte egipcio se han encontrado representaciones antiquísimas de esta ave, su figura no se corresponde con ninguna de las aves de la fauna egipcia. Desde luego, la antigua Asia conoció al fénix mucho antes que Egipto. Los chinos contaban que el fénix (Feng) nacía del fuego en el reino de los sabios, al oriente de China, su canto tenía cinco notas y sus plumas cinco colores brillantes; protegía a los emperadores y se aparecía en época de prosperidad.

En Grecia fue Hesíodo el primero en mencionar al fénix. Posteriormente Heródoto, en sus Historias, nos cuenta que solo regresa a Heliópolis cada quinientos años, cuando fallece su padre, trasladando el cadáver desde la Arabia hasta el templo del Sol (Historia II, 73). El autor griego insinúa ya algunos aspectos de su leyenda definitiva: longevidad, carácter solar del ave y función renovadora de su retorno a Egipto, aunque nada informa de cómo se produce su muerte y los detalles de su extraordinario nacimiento. Algo más tarde el escéptico Pirrón de Elis aporta ya un elemento fundamental en la conformación del mito, pues asegura que nace del fuego, y en él vive (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, IX, 79, citando la Pyrrhonea de Enesidemo).

Marca de 1603, donde únicamente aparece el lema Ex meipso renascor.

No será hasta el siglo I a.C. cuando encontremos las primeras referencias a la muerte y posterior resurrección del fénix. Según Plinio (Historia natural X, 4), el primero de todos los romanos que escribió sobre esta ave fue el senador y poeta Manilio, según el cual el fénix, "cuando se hace viejo construye un nido con ramas de casia y de incienso, lo llena de plantas aromáticas y sobre ellas muere; luego, del tuétano de sus huesos nace primero una especie de larva que se convierte después en pollo; acto seguido tributa al anterior fénix los debidos honores fúnebres, transporta el nido entero hasta Heliópolis, cerca de Pancaya, y allí lo deposita en un altar" (Plinio 2007: 254). 

Aunque el elemento fuego como factor causante de la muerte-resurrección no aparece claramente en los textos hasta el siglo I d.C., debió formar parte de la versión más temprana del mito, en tanto que para un ave consagrada al sol la resurrección a partir de las llamas es más plausible que la renovación derivada de un cuerpo corrupto (Cf. Pomponio Mela III, 83). El carácter ígneo de la autodestrucción y renovación de este animal fabuloso, y su posterior resurgimiento, estaban ya suficientemente extendidos en torno al cambio de era, y su leyenda definitiva circulaba ya completa antes de su adopción por el Cristianismo, pero no aparece de forma explícita en los autores paganos. Marcial parece asociar su renovación con el fuego: "Como el fuego renueva los nidos asirios, cada vez que un ave ha vivido un ciclo de diez siglos" (Epigramas, V, 7. 2001: 218), y también Estacio: "[...] fragante pira como la del más feliz fénix" (Silvas, II, 4, 33-37), y entre los componentes mágicos que el hechicero de Tesalia Eryctho usaba para resucitar cadáveres, se encuentran "las cenizas del fénix colocado en un ara oriental" (Lucano, Farsalia VI, 680. 2011: 282. Cf. Plinio XXIX, 29, donde pone en duda la existencia real de esta ave).

En general, los autores que escriben en griego seguirán de cerca la versión de Heródoto, mencionando el viaje del joven fénix con su padre muerto (Aquiles Tacio, De Clitophontis et Leucipides amoribus III, 24-5; Orígenes, Contra Celsum IV, 98; y Eliano VI, 58), mientras que los textos latinos derivan de las observaciones del senador Manilio recogidas por Plinio: muerto el fénix en su nido, de sus huesos y tuétanos nacía un nuevo pájaro que llevaba el nido entero hasta Heliópolis (Cf. Cornelio Tácito VI, 28)Textos posteriores, como el De avibus (I, 32) de Dionisio Periegeta, o el Commentarius in Hexaemeron (730-731), del Pseudo-Estacio de Antioquía, afirmarán que son los rayos del sol los que inflaman la pira del ave.

En cuanto a la alegorización cristiana, durante los primeros siglos florecen numerosas referencias sobre este tema: la destrucción y renovación de este animal es prueba evidente de la anunciada resurrección del hombre justo y virtuoso después de la muerte. El primer texto cristiano que aborda el tema del fénix es la Carta primera a los corintios (25), de Clemente de Roma, en la que se describe el autosacrificio del ave en el nido de especias, y el posterior desarrollo del gusano resultante que, una vez metamorfoseado en ave, transporta los restos del padre a Heliópolis. Tertuliano (Sermones III, "ad virginem") vuelve a insistir en el tema: "Pero, ¿es posible que los hombres mueran de una vez por todas, en tanto las aves de Arabia están seguras de su resurrección?". También Lactancio usó el mito como argumento para aludir alegóricamente a la doctrina de la vida después de la muerte:

"¡Ah, tú ave de feliz suerte y naturaleza, a quien el mismo Dios ha garantizado el poder de nacer de tí misma!. Feliz ciertamente es esa ave, ya sea hembra o macho, ya sea neutra o sea cada una de las dos, que no alienta ningún pacto con Venus. La muerte para ella es Venus; su único placer se encuentra en la muerte: Para que ella pueda nacer, ella desea primero morir. Ella es su propia prole, su propio padre, y su propio heredero, ella se nutre a sí misma, y es siempre su propia alumna. Es ella misma sin duda, pero no la misma, ni es ella misma. Ha adquirido vida eterna mediante el bien de la muerte" (Lactancio, Carmen de ave phoenice, 161-170).

Ambrosio de Milán propone una alegorización semejante: "Se cuenta que en las regiones de la Arabia se encuentra también el ave Fénix, que prolonga su longevidad hasta quinientos años. Cuando este ave advierte que se aproxima el fin de su vida, se construye un nido de incienso, mirra y otras plantas olorosas en el que entra y muere, una vez que se ha cumplido el tiempo de su existencia. De las cenizas de su carne surge un gusano que poco a poco se desarrolla y, tras un determinado periodo de tiempo, asume los remos de sus alas y reconstruye el aspecto y la figura del pájaro anterior. Enséñenos, pues, también este ave con su ejemplo a creer en la resurrección; ella, que sin ningún modelo y sin darse cuenta, renueva en sí misma el símbolo de la resurrección" (Los seis días de la creación V, 23, 79. 2011: 267).

Tipo de 1606, basado en el anterior, con las llamas impresas en carmín.

El Fisiólogo griego, por otra parte, nos proporciona una nueva variante del mito, quizá la más extendida. Sus distintas versiones coinciden en situar la muerte del ave en el templo de Heliópolis y no en su país de origen, realizando el autosacrificio en presencia del sacerdote, a quien ha anunciado previamente su llegada, y que se encarga de preparar la pira sobre el ara del templo, y de verificar la metamorfosis del pequeño gusano que nace de sus cenizas. El proceso es aquí comparado con el sacrificio de Cristo en la cruz y su inmediata resurrección:

"Existe un ave en la India llamada fénix; cada quinientos años va a los árboles del Líbano e impregna sus alas de aromas, y avisa al sacerdote de Heliópolis en el mes nuevo, Nisán o Adar, es decir, Farmenoth o Farmuthí. Cuando el sacerdote recibe el aviso, va y llena el altar de sarmientos de vid. Y el ave entra en Heliópolis cargada de aromas, y sube al altar, y ella misma enciende el fuego y se incinera. A la mañana siguiente, el sacerdote, al escarbar en el ara, encuentra un gusano entre la ceniza; y al segundo día encuentra una avecilla, y al tercer día a la mismísima ave adulta. Ésta saluda al sacerdote y regresa a su propia morada. Pues si esta ave tiene poder para matarse a sí misma y renacer, ¿cómo los insensatos judíos pueden indignarse contra nuestro Señor que ha dicho: "Tengo potestad para dejar mi vida y tengo potestad para recuperarla"?. En efecto, el fénix es una imagen de nuestro Salvador; pues cuando bajó de los cielos desplegó las dos alas y las cargó de perfumes, es decir, de virtuosas palabras celestiales, para que también nosotros extendamos las manos por las plegarias y exhalemos perfume espiritual por ser buenos fieles" (Fisiólogo griego, 7. 1999: 147-150) 

Conciliador entre las numerosas variantes del mito se muestra el texto de Solino; en su Colección de hechos memorables (33, 11) asegura que entre los árabes "nace el ave fénix; tiene el tamaño de un águila, la cabeza investida con un copete de prominentes plumas, la garganta empenachada, un resplandor dorado alrededor del cuello, la parte trasera del cuerpo de color purpúreo, excepto la cola, en la que una brillante tonalidad azul se entrecruza con plumas bermejas. Es cosa averiguada que subsisten 540 años. Construye su pira con ramas de cinamomo y la dispone cerca de Panquea, en la ciudad del Sol, apilando los montones sobre los altares" (Solino, 2001: 457-458) 

Solino sigue una versión distinta a la de Manilio y Plinio, y posiblemente influida por el Fisiólogo y otras variantes. Panquea era una imaginaria isla de Arabia y no una localidad cerca de Heliópolis, lo que nos da a entender que el autor manejaba distintas versiones, pues sabemos que existían al menos una versión etiópica y otra india. Según refiere Claudio Claudiano en su poema Phoenix, compuesto a finales del siglo IV e inicios del V, el fénix vivía en un frondoso y solitario bosque oriental, más allá de las Indias, en medio del océano, inmune a las enfermedades que sufren otros seres vivos. Cuando este ave, única en el mundo, llega al final de su vida al cabo de mil años, prepara una pira, "que será a un tiempo su tumba y su cuna", con hierbas secas por el sol y ramas entrelazadas de maderas preciosas, lo que constitute el instrumento para "la renovación de su esplendor". El ave se instala sobre esta plataforma e invoca al sol para que la encienda con uno de sus rayos e incinere su viejo cuerpo. Una vez quemado, los restos empiezan a mostrar signos de vida, la masa de cenizas se recubre de plumas, hasta conformar una nueva ave, cuya primera misión consiste en transportar la masa carbonizada de su progenitor a la ciudad egipcia célebre por sus sacrificios al sol, concretamente a un templo en el que deposita los restos.

Horapolo parece conjugar dos versiones del mito, pues asegura que el ave fénix, cuando siente que ha llegado la hora de su muerte, al cabo de 500 años, regresa a Egipto, donde se le tributan honores fúnebres. Pero los datos acerca del nacimiento y muerte del ave difieren sustancialmente de todas las anteriores: "Si quieren expresar renovación después de mucho tiempo, pintan un ave fénix. Pues cuando nace aquél se produce una renovación de las cosas. Nace del siguiente modo: cuando va a morir el fénix, se tira sobre la tierra y del golpe se hace una abertura; de la sangre que fluye de la abertura nace otro fénix, y ése, desde el mismo momento en que le surgen las alas, con su padre se dirige a Heliópolis de Egipto, y presentándose allí, muere con la salida del sol. Después de la muerte del padre el joven se va de nuevo a su patria y los sacerdotes de Egipto tributan honras fúnebres a ese fénix muerto" (Horapolo, Hieroglyphica, 1991: 224, 227 y 340). 


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